miércoles, 15 de noviembre de 2006


20 minificciones y un extraño cuento de amor
(selección del libro del mismo título).

El ritual

Necesitaba encontrar a la persona que había moldeado en sus sueños. Una voz muy profunda, en su corazón, le decía que era posible. Por eso siguió con precisión todos los pasos del ritual, y pétalo tras pétalo, deshojó la flor de la soledad...
Al final, cuando sólo le quedó el centro, se encontró a sí mismo.


De diosas, sueños y patologías

“La costumbre es la más fiera de las diosas”, me dijo ella, y se fue para siempre de mis sueños... Desde ese día padezco de insomnio.


Juego de profecías

Los caballos siguieron La Profecía al pie de la letra. Cuando comenzó el diluvio ya estaban dentro de la gran nave. A los cuarenta días el cielo dejó de ser mar y encontraron la isla prometida.
Entonces agradecieron a su dios, por haberlos salvado.
Sólo faltaba por cumplirse la última parte de lo profetizado: ...y serán sangre de la especie dueña del mundo.

Las hormigas siguieron La Profecía al pie de la letra. Cuando comenzó el diluvio, a salvo en su isla, comenzaron la construcción de la gran máquina trampa. A los cuarenta días estuvo lista.
Entonces agradecieron a su dios, porque esa mañana los caballos habían desembarcado.
Poco faltaba para que se cumpliera la última parte de lo profetizado: ... y con el nuevo alimento serán la especie dueña del mundo.

Al otro día, en los anales del cielo, el arcángel escriba anotó: Las Profecías se han cumplido.


Las amigas

A partir de una anécdota de F. S. B. En el libro Claves de la dinámica mental.

Aunque llevaban más de un año trabajando en la misma oficina y en mesas contiguas, sólo en el último mes habían intimado. Aprovechaban al máximo el tiempo del almuerzo, y los instantes en los que se quedaban a solas, para conversar sobre los más variados tópicos.
Así habían comenzado a compartir temas trascendentales.
Ese día, sin poder aguantar por más tiempo lo que constituía su mayor preocupación existencial, una miró con fijeza a la otra y le preguntó:
-¿Tú crees que seres superiores a nosotras nos han creado?
La aludida, sin pensarlo ni un instante, le respondió:
-¡No, yo soy atea!
Entonces, un gran silencio se instaló entre las dos computadoras...


Edípica

Hizo lo imposible, para no tejer el hilo de su existencia con las palabras escuchadas al oráculo.
Cuando a pesar de todo su esfuerzo las profecías se cumplieron, frente al espejo, comprendió que nadie puede luchar contra su destino.
Decidió, entonces, sin perder más tiempo, hacerse operar la miopía.


Descubrimiento

La primera vez, no colmó sus expectativas porque “era la primera vez”. Tampoco la segunda, la tercera, la cuarta y la quinta, porque había esperado mucho más de cada una de ellas...
Al final, cuando estaba perdido en su camino al infinito, recordó con nostalgia aquella lejanísima primera vez, en que lo había tenido todo, y comprendió que no siempre la práctica hace al maestro.


Caminando sobre el cristal

Para alertarlo y guiarlo, “sus mayores” abrieron ante él, miedo tras miedo tras miedo, las fauces del Infierno. Desde entonces, vivió con el temor de dar un paso que lo hiciera enfrentarse a esos dientes sudorosos que le habían hecho vislumbrar.
Cuando le llegó su hora, enfrentó la muerte con la tranquilidad del que se merece el Cielo y nunca se dio cuenta de que había vivido, toda su vida, en el Infierno.


El regalo

Para Emi, celebrando a Palinuro...

70 años después, leyendo en la mecedora, comprendió las palabras de él, aquella tarde en la que le obsequió el voluminoso libro que tenía entre sus manos:
“Ésta es una gran obra. Es de las que te atrapan desde la primera palabra, y ya no te sueltan jamás...”
La anciana sonrió y volvió a sumergirse en la lectura, como había hecho desde el instante en que sus manos, por primera vez, abrieron las páginas, y sus ojos comenzaron a seguir a las hormigas de las letras de aquel libro que aumentaba de extensión mientras leía.


El hombre fantástico

Para el niño de aquella noche...

Ante la máquina de escribir luchaba por atrapar el cuento.
Necesitaba caminar un poco, tomar un cafecito, quizás...
Salió a la calle.
En la esquina se encontró con un niño.
- ¿Señor, cómo hace para encender esa luz en su cabeza?
Miró al niño asombrado, sus pensamientos no le permitieron entender, ni responder...
En la mesa del Café, llevó las manos a su cabeza, y sintió sus lentes sobre ella. Comprendió la pregunta del niño... ¡Sus lentes reflejaban la luz del alumbrado público, y el niño creyó que era una luz que salía de su cabeza! Sacudió la cabeza. No podía perder el tiempo pensando en el niño y su pregunta, tenía que seguir luchando por atrapar el cuento, el escurridizo cuento...


El prisionero de la isla

Inspirado en un detalle de Apuntes para el fin,
obra dramatúrgica de Jorge Cardigan.

Llevaba tanto tiempo en la celda del castillo, que para no volverse loco, se buscó un pasatiempo: matar a las hormigas que salían del hormiguero en el piso.
Exterminó decenas, centenares, millares, cientos de miles; hasta que la última hormiga asomó su cabeza y salió. Cuando ya su dedo hacía contacto con su cuerpo, en el último instante, le perdonó la vida. Sonriendo sin saber porqué, la vio escapar por debajo de la puerta...
Un gran silencio llenó la isla. Ni una voz se escuchaba en la cárcel o en el exterior.
Trepó hasta la altísima ventana y miró hacia el patio de la prisión: vio esparcidos, los cuerpos de prisioneros y guardias. Estaban aplastados como por la mano o el pie de un gigante...
El prisionero saltó de la ventana y se abalanzó sobre la puerta de su celda.
Seguía cerrada.


El lector

Para Elías Serrano y Carolina Ottonello...

Acomodado en su sillón, se quedó dormido con el libro en su regazo...
Comenzó a soñar, y como tenía sus lentes puestos, pudo ver, por primera vez, con claridad, sus sueños.


Oficio de tinieblas

Bañaba la habitación la luz de la luna llena. El reloj susurró las tres de la madrugada con unas campanadas cómplices. Miró a su esposo dormido. Sus dientes húmedos y ansiosos, se mostraron en una sonrisa nerviosa. Salió de la cama y de su habitación como un fantasma. Comenzó a descender hacia el sótano con la mayor lentitud, la vieja escalera crujió. Se detuvo asustada. Permaneció expectante durante unos segundos, y continuó su marcha.
Al pisar el suelo alfombrado del sótano, respiró profundo. Metió su mano en el bolsillo de su bata y extrajo la caja de cerillos. A la luz temblorosa, amarillenta y fugaz, lo pudo distinguir. Caminó hacia él, y deteniéndose a su lado, encendió la lámpara. Un maremoto recorrió su cuerpo, la luz iluminaba su cuerpo en el sofá.
Con ojos y cuerpo ávidos, ella, avanzó, lo alzó, se reclinó, y se entregó al placer del libro que la tenía hechizada.